miércoles, 1 de febrero de 2017

Lo que muestran y ocultan los tatuajes

Tribuna
Ernesto Fernández Nuñez. Psicoanalista y escritor. Vicepresidente de la SADE
“Tu piel, magnolia que mojó la luna”, canta Gardel, sin suponer que un día, su magnolia, se trasformaría en un tintero y que la luna, con su luz prestada, abandonaría el intento de humedecerla. La piel, nos dice la biología, es el órgano más extenso del cuerpo, es una barrera inmunológica y siempre alerta a nuestros cambios emocionales.
La piel, también representa las páginas de un libro infinito que no termina con nuestra última página. Como en un antiguo papiro egipcio, en ella se certifica la historia de la humanidad. En nuestra piel están grabados; los abismos y encrucijadas, los hijos y los otros, las veletas que giraron a contraviento, por eso es elástica, absorbe todas las historias, hasta que se rebela. El hombre grabó en ella los vínculos tribales, exorcizó en su piel el incesto y el parricidio y sus complejos, y quedó atrapado e identificado en su letra.
En el siglo XX, fue símbolo y marca de la marginación y de la soledad, propiedad de marineros, presos, desarraigados. He visto en cárceles de menores, en abstinencia aguda, grupos que se tatuaban a escondidas con agujas de coser comunes, mezclando orín con el interior de las pilas alcalinas de ácido, de las radios, un pacto ante el dolor.
El tatuaje rompió los estereotipo; la madre, los hijos, estrofas, frases, sentencias, dieron paso a otros símbolos. El mismo se animó a volar entre los jóvenes con figuras pequeñas, significativas. Por simple mutación, se emparentó con el arte, los colores, flores, oriente, el respeto, la religión, la fe, el tatuaje recobraba el camino de los símbolos. Por rara metamorfosis, se fue trasformando en un manchón, una sombra negra, invadiendo todos los espacios del cuerpo, convirtiendo a la piel en una tela plástica, incapaz de filtrar la luz, luz tan necesaria para alimentar la pulsión de vida, en lucha tenaz con la pulsión destructiva; consumo de drogas, alcoholismo, violencia, descontrol de los impulsos.
El blackout, pintarse todo el cuerpo o algunas partes de negro, se instala hoy en la juventud de manera muy promocionada. Creo que estamos en el comienzo de un conflicto psíquico grave con la aceptación del cuerpo, del esquema corporal y con lo que uno es. La piel, que es luz pura y cambiante, es agredida y humillada con el color negro cubriendo antiguos tatuaje, esos no pueden considerarse como tales, es el fracaso de la fantasía que inspiraron los tatuajes, los mismo no los convirtieron en héroes, ni pudieron alcanzar la luna. El negro representa las partes negadas de nuestro cuerpo, es el desengaño, es el vacío, es lo efímero, es el retorno, es lo que vuelve para ser puesto en palabras y no en tinta. En el tatuaje no hay goma de borrar ni liquid paper, lo que está negro, quedará negro y el cuerpo será negro siempre, color que ya no los representará o sólo representará una decisión apresurada. Lo pensemos, volvamos al arte, desechemos la moda. No hagamos del milagro de vivir, que es pura evolución, un libro de texto inmodificable. Como escribió Borges, “las manchas de la piel son un mapa de las incorruptibles constelaciones” .

No hay comentarios:

Publicar un comentario